viernes, 1 de agosto de 2008

El Oro y la narrativa

El Oro y las narraciones

"Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se haya escrito."
Giovanni Papini


Vivimos rodeados de narraciones. Son narraciones lo que nos cuentan los medios de comunicación, los rumores, las explicaciones que damos de nosotros mismos, los diálogos internos, lo que somos capaces de leer en los libros que leemos, lo que decimos y no decimos en los libros que escribimos. Las descripciones que hacemos de nuestros padres y de nuestras relaciones también lo son. Cuando explicamos nuestros sentimientos estamos construyendo una narración. Vivimos rodeados de ellas, agarrados a ellas como el que en medio del mar se agarrara a un trozo de madera para evitar ahogarse. La tabla sería para el náufrago su posibilidad de narrar, de navegar, de dar sentido a su situación. Narrar es redimir, salvar, dignificar, ajustar. Narrar puede ser, también, acusar, una queja, un agradecimiento, una sonrisa.
Las narraciones que nos vienen dadas desde fuera como, por ejemplo, las referidas a la situación económica o política en el mundo, se solapan con las nuestras e, incluso, las secuestran. Como si fueran placas tectónicas, las narrativas externas e internas colisionan, se mezclan entre ellas, se reflejan, se eclipsan o se fertilizan entre si.

Hay narrativas que chocan. Hay narraciones de una misma narrativa que chocan entre ellas, que se fagocitan o se rechazan entre sí, que se contradicen como familias mal avenidas, como padres que no comprenden a sus hijos, como hijos que desprecian a sus padres, como hermanos que no se entienden, como elementos de la propia personalidad que se repelen entre si, que boicotean la narrativa íntima o que reniegan del narrador. También hay narraciones de narrativas antagónicas que se llevan bien entre ellas.

Narrar es cambiar. Al narrar facetas y acontecimientos que nos afectan, creamos la posibilidad de cambiar algo de ellos. Narrar es predisponerse al cambio.

Narrar no es decir. Decir es la parte de la narración con que queremos justificarnos ante los demás. Una narración es más que lo que decimos y pensamos conscientemente. Con lo decible pretendemos acercarnos a los demás o separarnos de ellos. En cualquier caso, si lo que se dice tiene el tamaño que tiene la narración, entonces estamos en la vía de la transformación, del descubrimiento.

Hay cosas que no pueden cambiar. Son inenarrables. Sin embargo, a la que puedan ser narradas damos pie a que puedan cambiar. Narrar equivale a abrir una puerta para que algo pueda salir y/o entrar.

Narrar es un proceso creativo que nos ayuda a enlazar unas cosas con otras. Una vez mezcladas esas cosas en una nueva narración, los acontecimientos a que hacían referencia también cambian.

Es interesante narrar el pasado en tiempo presente y notar cómo podemos describir una misma situación de manera diferente en cada momento. El presente influye sobre el pasado.

Las narraciones, como el estaño o el mercurio de los alquimistas, no son un fin en sí mismas. Sólo son un medio, una estación en el camino o un escudo que se usa entretanto uno no es capaz de captar y vivir plenamente el Oro interior. Cualquier narración que se utilizara como si fuera un objetivo o una verdad definitiva impediría esta captación. Nos volvería paranoicos.

Si la paranoia es la corrupción del yo real, al cual se suplanta con una ideología que lo predefine a uno y al sistema en el que participa, la narración –todas las narraciones- es una pequeña y efímera paranoia que nos mantiene ocupados entretanto no alcanzamos el Oro alquímico. La corruptibilidad y oxidabilidad de los metales alquímicos encuentra su excepción en el Oro. El Oro es el silencio, la luz, el Sol, el océano, lo que uno es más allá de su voluntad. Es la conciencia pura antes de la formación del yo. La narración es una nube que filtra o impide la llegada de su radiante y cegadora luz. Para nosotros, un dia nublado es un día sin Sol. Sin embargo, él sigue irradiando más allá de toda narración que hagamos de un día nublado.

La narrativa sería, pues, el conjunto de todas las narraciones que modelan nuestra actitud, comportamientos, reacciones y emociones. Una narración es una forma de mirar, un meme que genera una influencia que nos afecta. La narrativa formada por todas las narraciones que articulan nuestro modo de vida es como un sistema de partes entrelazadas. Una narración es un quantum vivo que, cuando cambia, influye sobre las demás. Eso lo saben muy bien quienes controlan los medios de comunicación, que de continuo están generando narraciones encaminadas a modelar, eclipsar y dirigir las nuestras. El paranoico que en potencia cada uno puede ser se sirve de las narraciones ideológicas –a menudo quejas disfrazadas de conciencia social- para ocultar el fracaso de no haber sabido construir una narración genuina y fidedigna de si mismo. La paranoia es la corrupción del pensamiento acerca de uno mismo. Un Narciso frustrado en día nublado.

Si la narrativa de uno es su personalidad y ésta, a su vez, es una máscara, entonces ¿son mis narraciones, las facetas de mi personalidad, máscaras? Y si eso es así, máscaras, ¿quién soy yo realmente sino Oro? El Oro interior que en cuanto se narra queda enmascarado, se corrompe. La tentación de individualizar el Oro narrándolo, apropiándoselo, es corromperlo, . Es por ello que el Oro que uno es se resiste a que se le pongan palabras que lo narren. Narrar sería nublar el cielo azul. Uno no es su Oro. Es uno el que es del Oro. El Oro lo somos todos. Narrar el Oro como si uno fuese él sería como traicionar la vida. Hablar de Dios, invocarlo, hacer de Él una religión, es volverlo corruptible en nuestras manos. Toda narración es potencialmente corrupta si se espera de ella una verdad. De la misma manera que el náufrago hará bien en no confundir la madera a la que se agarra con el puerto al que quiere llegar.

Se puede narrar una técnica pictórica, un procedimiento, pero pretender narrar la belleza es corromperla. Por eso pintamos, no para mostrar la belleza, sino para poderla vivir. Pero, ¿cuándo la belleza? ¿al acabar de pintar el cuadro? ¿mientras lo pinto? ¿antes de pintarlo?
Como un pintor ante el lienzo vacío, ambos están en la cima de su nobleza. Es el cuadro sin pintar el verdadero Oro del pintor. Sólo cuando ya ha pintado es que el cuadro deviene en narración y, por tanto, se torna corruptible si él se identificara en la obra hecha.
Del mismo modo que un lienzo sin pintar es el Oro sin narrar. Es la mirada del pintor sobre el lienzo la que es silencio y esencia puesto que están todavía en el interior de uno. Es cuando se pinta que la esencia se convierte en narración. Igual sucede con el bebé mientras se gesta en el vientre de la madre y ésta no ha hecho ninguna proyección de futuro sobre él.
Como el amor, que se resistiera a dejarse narrar por una relación para evitar su corrupción.

El Oro era aquello que de niños veíamos en el espejo antes de que nos creyéramos las narraciones de los adultos, antes de que el plomo del sistema nos contaminara. El Oro era nuestra mirada. El Oro es lo que veríamos con aquel mirar.

Un reajuste o una transformación en la narrativa de un país suele coincidir con un acontecimiento telúrico de primer orden. Se suma el movimiento procedente de las placas tectónicas o la erupción de un volcán junto con la eclosión de un proceso social que ya venía gestándose. Es como si la narrativa del país se rebelara y actuara en multitud de capas simultáneamente. Las placas tectónicas y las placas narrativas retumban juntas. Igual que hay choque de placas tectónicas, hay choque de placas narrativas, choque de civilizaciones. Igual que hay placas que quedarán sumidas debajo de otras, hay culturas que quedan sumidas debajo de otras, y partes de nosotros que quedan sumidas debajo de otras.

Hay tantas narraciones que se pueden hacer de una misma cosa que cada una de ellas nos llevaría a diferentes sitios de nosotros mismos aunque ellas tan sólo estén hablando de lo mismo.

Como si se tratara de estrellas en una galaxia, nuestras narraciones forman una constelación. Como planetas, las hay que giran alrededor de otras. Hay asteroides, narraciones que orbitan discretamente pero que con el tiempo advertimos su importancia. Hay algunas que llegan a nosotros como meteoritos que nos impactan y nos cambian en el momento menos pensado. Y todas giran en torno a una narración fundacional, nuestro plomo, nuestra primera contaminación. Ësta es, pues, el núcleo de toda la narrativa que el total de nuestra vida será.

Como planetas que giran alrededor de una estrella, las narraciones giran alrededor de una narrativa. Las narrativas forman galaxias de un orden mayor en el cual hay un agujero negro, un centro galáctico, un centro narrador, una cripta, un pudridero a donde va a parar todo lo narrado y, a la vez, un útero de donde sale todo lo por narrar. Una incógnita. De ahí salimos y hacia allí vamos.

Como en una convocatoria continua, la narrativa que es nuestra vida es permeable a que entren otras narraciones y otros narradores que la enriquezcan o la empobrezcan. Así, en ella, hay narraciones futuristas o nostálgicas; emergentes o decadentes; genuinas o heredadas; individualizadas o masificadas; conciliadoras o separadoras; benéficas o maléficas; liberadoras o adictivas; ontogénicas o patogénicas; que nos autentifican o que nos falsifican; que sirven para mostrarnos o que sirven para escondernos; las hay que nos respetan y las hay que nos invaden; las hay que nos despiertan y las hay que nos mantienen dormidos. Hay narraciones que nos ayudan a descubrir el Oro. Hay narraciones que nos lo roban.

Un enfermo, cuando recibe el diagnóstico del médico, también recibe una narración acerca de él. El médico, a parte de narrar a su paciente algo que le concierne, puede también ocuparse en conocer cuál es la narración que la persona que tiene ante sí hace de su situación. Hay enfoques médicos cuya narrativa eclipsa la del paciente. También hay otros enfoques que, más que narrar con una sola voz, buscan hacer un coro con el paciente y su enfermedad de tal manera que entre ambos pueden construir una narración constructiva y amable. Así, pues, la forma de exponer un diagnóstico puede dar lugar a que la narración del enfermo se vea eclipsada por el estilo y el enfoque del médico, o bien, que ambos acaben construyendo una narración que amplíe y enriquezca la que cada uno tenía.

Hay enfermedades leves que afectan a la narración del paciente. Hay enfermedades más graves que acaban afectando a toda una narrativa.
Hay casos tan curiosos e inclasificables que cuando un médico se encuentra con ellos alteran y transforman su narración y, quién sabe, si también su narrativa.

El Oro y el narrador

El narrador que somos crea los personajes y las situaciones, los construye y los atrae hacia si. Ellos son voces que complementan la del narrador. En realidad son todos ellos partes del narrador que uno es. Aunque el personaje crea al narrador tanto como el narrador al personaje, todos ellos forman un coro. El escritor es tan sólo un personaje más de la narración, y en todas las narraciones con las que explica su vida subyace un Oro, un silencio, un océano, la imposibilidad de explicar ese Oro.

Hay tantas formas de narrar y tantos narradores como estrellas en el cielo. Hay narradores que sólo brillan al principio y luego se eclipsan, o se dejan eclipsar, por algún personaje que ellos mismos han creado. Hay narradores que interfieren tanto en la narración que la arrasan, la impiden o, de tanto que la quieren controlar, acaban sepultados por ella. Hay narraciones que actúan como nebulosas que ponen difícil la visión de la luz, del Oro. Hay narradores que al narrarse a si mismos se suicidan. Hay narradores que se imponen sobre la narración y no se traicionan ni se esconden. Hay narraciones que sirven para que el narrador proteja, gestione y dosifique su Oro, para que no siempre esté escondido y, también, para que no esté siempre expuesto.

Hay narraciones incompletas, que empezamos y no concluimos, o que nos llegan ya empezadas y piden ser concluidas En estos casos se pone en evidencia de que es la narración quien busca al narrador de la misma manera que una semilla se deposita en una tierra en la que espera poder germinar. Por eso mismo, una persona que llega a nuestra vida es como una semilla que dará lugar a que nuestra narrativa se amplíe. Es la fusión de narraciones y narradores. Es, acaso, la unión de narrativas, la unión de placas tectónicas que da lugar a fenómenos telúricos.

Un sueño pide ser encarnado y cumplido en la vida del soñador de la misma manera que una narración pide ser integrada en una narrativa, como un niño que necesita de su familia.

Hay narradores que no narran porque no sueñan. Hay sueños que piden ser narrados, rescatados del bardo, como un amor que pide que lo plasmen aún a riesgo de acabar corrompido por el uso.

Hay narraciones que llegan en forma de sueño, cogiendo desprevenido al narrador. Hay sueños que podrían haberse convertido en narración de no ser por el narrador.

Hay sueños que vienen tan cargados que hay esperar.
Hay narraciones que no se pueden completar porque al narrador le falta un sueño.

Hay narradores tan perfeccionistas que prefieren no narrar, que prefieren el silencio.
Los hay tan poliédricos que prefieren que sean los demás quienes les narren.

Hay narradores que se dejan absorber tanto por la narración que olvidan que la vida es algo más que una narración

Hay narradores despóticos, tiránicos, omnipresentes, que no delegan ni confían en sus personajes. Hay narradores solidarios y tan democráticos que, de tanto delegar, pierden el control de la narración.

Hay narradores que tan sólo dejan ver al narrador al final, en un descuido de éste. Hay narradores que no narran pero que dejan tanta huella en las narrativas ajenas que éstas ya no volverán a ser las que eran.

Hay narradores que pierden su autoría. Hay narradores que son narrados por narraciones de otros narradores y se identifican tanto en ellas que pierden de vista lo que ellos podrían haber narrado.

Hay lienzos que esperan al pintor durante años. Hay pintores que esperaron años para encontrarse cara a cara con el lienzo. El lienzo, a su vez, no quiso ser pintado por otro que no sea él o ella. Se esperaron el uno al otro.

Hay narraciones a la espera de un narrador. Hay narradores a la espera de una narración que les ayude a drenarse de todo aquello que no es su Oro. Toda narración es un drenaje. Una narración surge de la necesidad de evacuar lo innecesario. Lo realmente necesario es innombrable, porque si lo nombras entonces lo conviertes en innecesario.
Si el amor es Oro, proclamarlo es corromperlo. Si el Oro es Ser, amar es la acción pura que se resiste a ser narrada para evitar su corrupción.
La narración es un maquillaje, de la misma manera que la personalidad es una máscara para el yo. La personalidad es como una botella de vino ya abierta y servido en copa. La personalidad es corruptible en la medida en que se expone al exterior. En el interior, la semilla, el Oro, incorruptible, el Sol que ciega los ojos de quien lo mira.

Hay narraciones que nos construyen y nos llevan a caminar. Hay narraciones que nosotros mismos escribimos que nos paralizan y nos destruyen. Hay narraciones que nos maquillan. Hay narradores que se maquillan a sí mismos a través de lo que narran, que maquillan a sus personajes pero que se delatan a través de ellos. Hay narradores que se dignifican gracias a su narración, de la misma manera que hay quienes se narran a sí mismos y salen perdiendo. En este caso, el silencio es su verdadera narración, su Oro. Incluso la narración que otros puedan hacer de mi puede ser más fidedigna y sorprendente que mi propia narración. Por la misma razón, la narración que yo pueda hacer de otra persona puede que alumbre más sobre mi que sobre ella sin yo darme cuenta.

Una narración, tanto si se muestra como prosa o bajo forma poética, es siempre un ensayo. Uno empieza a narrar porque no sabe del asunto. Narra para llegar a saber. Una vez sabe, aquella narración debe experimentar un giro, un punto de inflexión o, quizá, un punto y final. Claro que también hay narradores tan agarrados a su narración que no la cambian, todo y que con ella ya no expliquen nada o, incluso, les perjudique. Hay narradores que narran lo que fueron pero no lo que son. Hay narradores que narran lo que todavía no son pero no lo que son. Y hay narradores que cambian de narración como quien cambia de camisa. Y los hay que llevan varias camisas a la vez.