jueves, 8 de noviembre de 2007

El Coaching como síntoma


Hace unos años, cuando me explicaron que el Coaching estaba empezando a hacer furor en las empresas pensé que tal cosa tenía una doble lectura. Vamos, que el éxito del Coaching era proporcional a la incomunicación creciente y al consiguiente desasosiego. Que algo tan sensato y accesible como debiera ser dedicarle tiempo a una conversación haya desembocado en una prestación profesionalizada describe bastante bien en qué tipo de mundo vivimos. Tenemos a disposición cada vez más medios para poder comunicarnos, pero la calidad y la cantidad de las conversaciones parece ir cayendo en proporción a la profusión de dichos medios.

El auge del Coaching es tan sólo un indicio, un ejemplo de la erosión de las relaciones. No es casual que dicho auge coincida con el fenómeno denominado mobbing, el acoso laboral. Marie-France Irigoyen, José Antonio Marina, Richard Sennett, Theodore Zeldin y Zygmunt Bauman aportan análisis lúcidos al respecto. De este último autor, su libro “Amor Líquido” es un exponente. El otro ejemplo es la creciente judicialización de la sociedad perceptible en la cantidad de pleitos que transitan por los juzgados. La profusión de actos judiciales, especialmente los que conciernen a litigios de la vida corriente, es otro síntoma más de la falta de comunicación y de la falta de compromiso (y tiempo) dedicado a mejorar los contenidos de nuestras conversaciones y de nuestras relaciones. El que sin previo aviso un vecino me ponga una denuncia por un motivo nimio, que se podría haber resuelto entre nosotros, permitiendo que el sistema judicial ocupe el lugar que debería ocupar una comunicación de cierta calidad, es un síntoma de algo que no sé cómo nombrar.

El fundamentalismo toma fuerza en la sociedad de la incomunicación. Lo observamos en actitudes que nada tienen que ver con motivos religiosos. Hasta ahora tomábamos como fundamentalista la actitud de quienes defienden la literalización de un credo o de una posición política o ideológica. Sin embargo, vamos viendo que esta fundamentalización se está extendiendo a esferas que no son religiosas ni políticas. En la Torre de Babel en la que vivimos vemos cómo nos vamos encastillando en posiciones que afectan no ya a credos o ideas sino a aspectos corrientes de la convivencia diaria.
La judicialización o el auge del Coaching son sólo síntomas de una sensación de fracaso, del descuido progresivo de aspectos elementales y sencillos que alimentan nuestra vida de relación (y de conversación). Me pregunto qué pasaría si dedicáramos más atención y tiempo a generar las condiciones para una mejora de la comunicación: probablemente el Coaching no existiría y los juzgados tendrían menos trabajo.