sábado, 29 de diciembre de 2007

El TAO de una relación


El plasma en el que nuestra vida se desarrolla está trufado de relaciones. Se puede decir, pues, que nuestra personalidad se construye y enriquece en base a vínculos. Lo que mostramos de lo que somos está favorecido o dificultado por las relaciones en las que estamos envueltos. Nos relacionamos con personas, con experiencias ya tenidas que se enlazan con las que se estén teniendo en este momento, con expectativas, con sueños. Nuestra infancia sigue tendiendo puentes hacia el presente y, quién sabe, si hacia el futuro de manera que lo que hemos sido todavía lo somos y lo seguiremos siendo sólo que se va amueblando de diferente manera según pasa el tiempo. Nuestro momento actual es un puerto en donde confluyen barcos con los que ya hemos navegado y rutas todavía no surcadas que parten de él.
Todo está en relación. Incluso nosotros mismos somos una pieza más en el engranaje de un cosmos en continua mutación hecho a base de vínculos. Cada parte de este cosmos no tendría sentido por si sola. Es la relación con el conjunto lo que provee de sentido a cada parte, la cual es fractal del Todo al que pertenece. En el mundo en que vivimos, centralizado en el yo de cada uno, es donde percibimos más chocantemente cómo uno no es nada sino es consciente de cómo se está relacionando, con qué y con quién.

En el ámbito de las relaciones interpersonales es en donde constatamos este hecho. No somos nada por nosotros mismos y todo nos viene en función de nuestro lugar en el mapa (cultural, familiar, de clase, etc…). Mejor dicho: no somos nada en concreto por nosotros mismos pero entrar en relación con otras personas nos lleva a concretar aspectos y motivos de nosotros mismos que de otra manera no adquirirían relieve. Comprometernos es definirnos, y definirnos es concretarnos y clarificarnos. Y todo ello movilizado por las relaciones que tenemos. Sin embargo, este plasma que hace germinar las relaciones tiene aspectos que suelen escapar a nuestra conciencia. No sabemos qué es lo que promueve las relaciones pues sucede que no siempre tenemos relaciones con quien queremos y ni tampoco a quien amamos. Quizá es que el amor no es lo que genera las relaciones, excepto que consideremos la palabra amor como algo que está más allá de impulsos, voluntades y conciencias. El amor no es generado por un anhelo de compañía ni por una atracción física. Es otra cosa. El amor es el plasma mismo y las células que flotan en él actúan de acuerdo a un mandato profundo llamado vida, el cual sólo somos capaces de percibir con el tiempo y con la edad. Se podría decir que lo que motiva inicialmente una relación es un anhelo, un deseo, una atracción o cualquier otra necesidad más o menos reconocida conscientemente. Sin embargo, una vez decaída la fase carismática inicial, podemos palpar motivos más profundos.

Pareciera como si nuestras relaciones y nuestros afectos pudieran ser escogidos y administrados a voluntad y, sin embargo, la dimensión a la que denominamos sombra se encarga de mostrarnos que, más allá de cualquier inclinación inicial reconocida, hay una ruta inconsciente, un hilo que hilvana todos nuestros días y que nos lleva a establecer vínculos con un contenido que tan sólo puede ser percibido a partir de cierto momento, cuando se es capaz de dejar de lado cualquier forma de interés particular o local.
En efecto, somos individuos hechos de vasos comunicantes cuyas aguas fluyen misteriosamente. Y resulta que estas corrientes, excepto que se esté atento a ellas, transcurren por debajo del nivel del mar de nuestra vida. El interés inicial que nos lleva a establecer una relación es tan sólo la punta del iceberg de lo que en realidad sucede. Las razones, pues, están en el fondo.

Las llamadas profesiones de ayuda constituyen una plataforma en donde es más factible observar cómo las personas se escogen unas a otras más allá del enfoque o etiqueta con que cada cual se presente. El profesional puede presentar sus credenciales com psicólogo, coach, terapeuta o como prefiera. El cliente puede decir que su inquietud es tal o cual. Sin embargo, más allá de lo que cada uno proclame de si mismo, de su enfoque profesional o de lo que le pasa como cliente, el motivo fundamental que hace que uno esté junto a otro es obra de ese plasma. Él mueve las relaciones en función de rasgos comunes entre las células que con el roce necesitan ser potenciados por necesidad evolutiva del cual todo el sistema participa. La vida es así, evolución. Nosotros somos las células.

Cuando acudimos a un consultor solemos guiarnos por su enfoque, por lo que otros nos digan de él o por su fama o prestigio social de su profesión. Sin embargo, la consistencia de lo que esa relación nos aporte vendrá dada por la fluidez con que los vasos comunicantes transmitan el uno al otro sus esencias.
Cada consultor atrae a un tipo de clientes. Aunque aparentemente somos individuos independientes, la realidad nos demuestra que esta interconexión actúa más allá de las voluntades particulares. Cada profesional –y cada persona en su medio y en cualquier circunstancia- atrae a otras con las que comparte elementos de su estructura profunda. Se podría decir que la especialidad del consultor habla no sólo del tipo de clientes con los que prefiere tratar sino también de aquello que necesita trabajar. A tal fin, la vida pone ante él personas con un mismo interés de fondo. Más allá del motivo de un cliente, hay un motivo más profundo que necesita ser compartido a partes iguales si es que queremos ir un poco más allá del síntoma inicial.